Reflexión sobre Génesis 21
La lucha de los débiles contra los poderosos es una lucha desigual y difícil. Los débiles están casi siempre divididos, no tienen recursos ni lideres. Los poderosos cuentan con ejércitos, jueces, periodistas, y hasta sacerdotes. Y es en esa lucha desigual que se manifiesta la presencia divina. Dios siempre escucha el clamor de los que sufren. Dios es un Dios de Justicia.
En el Antiguo Testamento se refleja esta lucha universal entre los saciados y los hambrientos. Esta lucha recorre los rincones del vecindario global y las ramas del árbol de los tiempos. Cada clase social en cada época histórica construye sus mitos para explicar su visión y legitimar sus intereses.
En el capítulo 21 del Génesis se nos describe este conflicto por medio de personajes y situaciones cotidianas. Nos encontramos con las relaciones conflictivas y las situaciones de opresión entre el patriarca Abraham y sus dos esposas, Sara y Agar, y sus dos hijos, Isaac e Ismael.
La historia comienza cuando Dios le cumple a Sara su promesa de darle un hijo. Lo llaman Isaac. Es el segundo hijo de Abraham, el primero fue Ismael nacido de Agar. El día en que Isaac fue destetado, Abraham hizo una gran fiesta. Sara vio o inventó que Ismael se burlaba de Isaac y lo denunció ante Abraham y le exigió que lo echara de la casa. Sara encontró una razón para defender la herencia.
Le gritó Sara a Abraham: "¡que se vayan esa esclava y su hijo! Mi hijo Isaac no tiene porque compartir su herencia con el hijo de esa esclava." Sara asume claras posiciones de clase, ella es la dueña y debe defender la herencia de su hijo. Ismael no tiene derecho a la herencia porque es hijo de una joven esclava y además egipcia. La riqueza envenena los corazones y divide a las familias. Era la herencia lo que Sara defendía con tanto afán.
En esta segunda ocasión Abraham vacila en cumplir la voluntad de Sara. Le dolía mucho separarse de su hijo y quizás también de Agar. Estaba disgustado. Y es Dios el que le resuelve el dilema al asegurarle que tanto Agar como Ismael no sufrirán ningún daño. Pero de nuevo, la divinidad se inclina por Sara porque tu descendencia vendrá por medio de Isaac aunque de Ismael haré que salga también una gran nación.
Y leemos que al día siguiente Abraham madrugó, le dio Agar pan y un cuero con agua, se lo puso todo sobre la espalda, le entregó a Ismael y la despidió. Ella se fue, humillada, decidió regresar a su patria lejana, a Egipto. Y estuvo caminando sin rumbo por el desierto de Beerseva. Cuando se terminó el agua colocó al niño bajo la sombra de un arbusto. Era una situación desesperada, límite. Y se apartó para no verlo morir. El niño rompió a llorar.
Dios oyó que el niño lloraba...
Dios oyó que el niño lloraba, la voz inocente del niño exigía justicia. Había sido condenado a muerte injustamente. Estaban solos en el desierto, Ismael y Agar, madre e hijo, rechazados por una sociedad que valoraba la riqueza de la herencia sobre la dignidad de la vida, expulsados de la casa donde vivían, obligados a quemarse el alma y la piel con el sol de la opresión, derrotados por intereses poderosos que los empujaron a la muerte en el desierto.
Esta vez la divinidad no le pide a Agar regresar al lado de su dueña sino que le dice: ¿qué te pasa Agar? No tengas miedo porque Dios ha escuchado el llanto del niño allí donde esta. Anda, ve a buscar al niño y no lo sueltes pues yo haré de él una gran nación.
Y Agar obedece. Así como había antes obedecido. Es una mujer de mucha fe. Y Dios hizo que Agar viera un pozo de agua. Y fue y dio de beber a Ismael. Y Dios ayudo al niño, el cual creció y se fue a vivir al desierto de Paràn. Y llegó a ser un buen tirador de arco. Y su madre lo casó con una mujer egipcia como ella.
Una historia común de opresión
Cuando tenía como unos seis años mi padre llevó a la casa a cuatro niños y me los presentó como mis hermanos. Una gran sorpresa. Y pensaba también que eran una gran humillación. Eran hijos de otro matrimonio. Se llamaban Francisco, Nelson, Douglas y Yanira. Francisco me llevaba dos años. Los demás eran menores. Ninguno me simpatizaba y los veía como usurpadores de mi felicidad infantil. Como arrimados.
Mi padre los maltrataba frecuentemente y yo me alegraba. Me gustaba pensar que era el niño elegido. Mi madre trataba de convencerme que debía de ser amable con ellos. A veces jugábamos juntos pero no podía superar mi rechazo a una situación incomoda. Y había diferencias. Ellos iban a escuela pública y yo a una escuela privada, por cierto católica. Nuestra ropa era diferente. Yo era el niño limpio y ellos los bichos chucos.
Y yo averigüe que era el hijo legítimo porque mi mamà estaba casada hasta "por la iglesia" y ellos eran hijos naturales, productos de una unión de hecho. Y recuerdo que discutíamos que a quien le iba a quedar en herencia el taller de mecánica, propiedad de mi padre y la casa donde vivíamos. Y ellos se burlaban de mis pretensiones de legítimo heredero.
En ese tiempo, hace unos cuarenta años, en el mismo documento de identidad personal se especificaba si la persona era legítima o natural. Los poderosos siempre dividen a los oprimidos y este veneno de la discriminación era asimilado por nosotros siendo niños.
El derecho a la felicidad de los niños y las niñas
Los niños y las niñas tienen derecho a ser felices. Los adultos tenemos la obligación de transformar este mundo de pecado y crear un mundo más justo. Esta es una tarea que debemos de realizar con la sonrisa y el interés de los niños y niñas. En sus rostros esta la clave de la felicidad y de la lucha. En los niños como Ismael esta la esperanza popular.
Un poeta nuestro, revolucionario y comunista, Oswaldo Escobar Velado en los años cincuenta les escribió un poema, él lo dedicó a los niños de Corea, en mi caso se lo dedico a los niños de Palestina, de Gaza, a los niños que en estos momentos enfrentan los bombardeos del estado de Israel y que son como Ismael:
REGALO PARA EL NIÑO
Te regalo una paz iluminada.
Un racimo de paz y de gorriones.
Una Holanda de mieses aromada.
Y Californias de melocotones.
Un Asia sin Corea ensangrentada.
Una Corea en flor, otra en botones.
Una América en frutos sazonada.
Y un mundo azúcar de melones,
Te regalo la paz y su flor pura.
Te regalo un clavel meditabundo
para tu blanca mano de criatura.
Y en tu sueño que tiembla estremecido
hoy te dejo la paz sobre tu mundo
de niño, por la muerte sorprendido.
Rev. Roberto Pineda
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