Reflexión sobre Marcos 13: 1-8
Jesús es el Señor de la Historia
Rev. Roberto Pineda *
La dialéctica de la historia está marcada por el surgimiento y desaparición de imperios y civilizaciones. Los grandes imperios son como las olas del mar. Nacen, se van consolidando, alcanzan su máximo esplendor y luego van decayendo hasta extinguirse. Por muy poderosos que parezcan llevan en su seno las semillas de su destrucción, sus contradicciones internas.
En la época en que vivió Jesús de Nazaret la potencia ocupante de Palestina era Roma. Las fronteras del imperio romano se extendían desde lo que hoy es Portugal hasta la India. Y el imperio romano parecía un imperio destinado a reinar por todos los tiempos, se consideraba eterno y todopoderoso. El Cesar se creía un dios. Hoy solo vive en las cenizas de la memoria. Pero en su tiempo oprimía y explotaba a centenares de poblaciones europeas y asiáticas.
Jesús de Nazaret, dirigente campesino y popular, hijo de carpintero, supo comprender que la verdadera fuerza no radicaba en el despliegue militar y el control político ejercido por los ocupantes romanos, sino en la capacidad de organización y movilización de los sectores populares, que eran los que impulsaban la historia hacia delante con sus luchas.
Entendió que la lucha del pueblo era lo decisivo y no las cadenas de la opresión. Intuyó que era posible vencer a los poderosos con la fuerza de los débiles. Y se dedicó con todas sus energías a lograr este objetivo. La respuesta del imperio romano fue la represión. Por esto fue capturado, encarcelado, crucificado y por esto mismo resucitó.
En este texto Marcos nos relata como los discípulos de Jesús se impresionaron al recorrer la ciudad de Jerusalén y observar lo grandioso del Templo. Ellos eran pescadores y campesinos que venían de Galilea. Y estaban impresionados por lo majestuoso de las construcciones. Le dicen a Jesús: ¡Maestro, mira que inmensas piedras y qué construcciones!
Jesús les responde: ¿Ves estas grandiosas construcciones? No quedará de ellas piedra sobre piedra. Todo será destruido. Jesús estaba claro que las divisiones internas del pueblo judío no les iban a permitir resistir en un frente común contra el imperio romano y que estos iban a destruir el Templo, como efectivamente lo hicieron en el año 70, pero que a la vez este mismo imperio de Roma iba a ser destruido, como había pasado antes con Egipto y Babilonia.
Y así fue. Los romanos que habían esclavizado y hasta exterminado a centenares, quizás miles de naciones, que habían acumulado inmensas riquezas a través del saqueo y del tributo, que contaban con miles de soldados para defender sus fronteras, fueron al final derrotados por la lucha de los pueblos, que le perdieron el miedo a la represión y se lanzaron a la resistencia.
La platica entre Jesús y los militantes de su Movimiento Popular sobre este tema continuó. Lo único fue que se movieron a otro lugar más seguro. Se fueron al cerro de Los Olivos. Allí sus principales seguidores le preguntaron con mucho interés: Dinos cuando sucederá esto y cual será la señal de que todas estas cosas van a cumplirse. Para los discípulos era un asunto complicado, complejo, difícil de entender. La grandiosidad del templo era imponente. Era difícil imaginarse que iba a ser destruido. Lo mismo que el imperio romano.
Jesús les responde, y su respuesta es de mucha vigencia en esta época de globalización. Les dice: Fíjense bien: que nadie los engañe, porque muchos vendrán en mi lugar, y dirán: yo soy el que esperaban, Y engañarán a muchos. En la actualidad los medios de comunicación al servicio del capitalismo, y las iglesias al servicio del capitalismo, engañan a muchos y presentan esta sociedad de consumo, de despilfarro, explotadora, como si fuera una maravilla. Justifican de mil manera esta sociedad injusta y depredadora.
Les explica Jesús que cuando oigan hablar de guerras y de rumores de guerra no se alarmen; porque todo eso tiene que llegar, pero todavía no es el fin. Jesús estaba claro de la necesidad de enfrentar a los ocupantes romanos y que esta iba a ser una lucha larga, llena de victorias y de derrotas. Y había que estar preparado.
Les dice: una nación luchará contra la otra, y pueblo contra pueblo. Habrá terremotos y hambre en diversos lugares; esto será el comienzo de los dolores del parto. Les explica la dureza de la lucha, la necesidad de acumular fuerzas y tener el coraje para enfrentar al invasor. Deben de prepararse para momentos de prueba porque la represión de los imperialistas romanos iba a ser muy sangrienta.
Y de hecho lo fue. Crucificaron y empezaron por Jesús. La iglesia se forjó al calor de los mártires. De Esteban, de Santiago, de Juan Hus, de Martín Luther King, de Monseñor Romero, de los padres Jesuitas. Pero también los cristianos contribuyeron al derrumbamiento del imperio. En 1895, Federico Engels, un revolucionario de la época moderna, compañero inseparable de Carlos Marx, nos describió este proceso, de la siguiente manera:
Hace casi exactamente 1600 años, actuaba también en el imperio romano un peligroso partido de la subversión. Este partido minaba la religión y todos los fundamentos del Estado; negaba de plano que la voluntad del emperador fuese la suprema ley; era un partido sin patria, internacional, que se extendía por todo el territorio del Imperio, desde la Galia hasta Asia y traspasaba las fronteras imperiales.
Llevaba muchos años haciendo un trabajo de zapa, subterráneamente, ocultamente, pero hacía bastante tiempo que se consideraba ya con la suficiente fuerza para salir a la luz del día. Este partido de la revuelta, que se conocía por el nombre de los cristianos, tenía también una fuerte representación en el ejército, legiones enteras eran cristianas.
(Introducción a la obra de C. Marx Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850)
Un excelente reconocimiento de Engels al papel jugado por los primeros cristianos en el combate contra el imperio romano. Posteriormente el sistema imperial logró asimilar a la iglesia y los cristianos revolucionarios fueron condenados por su misma institución. Y la Iglesia se volvió parte del Imperio. Y la doctrina y la fuerza revolucionaria del cristianismo se transformó en un instrumento para legitimar imperios. Es sintomático como en la historia este es un fenómeno que se ha repetido varias veces.
Las clases dominantes tienen la capacidad de asimilar, bloquear y desnaturalizar a los proyectos revolucionarios. Los mismo sucedió con el marxismo. Los marxistas cuando tomaron el poder y trataron de construir una nueva sociedad gradualmente fueron imitando los estilos autoritarios de los antiguos explotadores y el socialismo real se convirtió en un modelo alejado de la gente, divorciado del pueblo. Y por eso se derrumbó.
En nuestro continente, existe Cuba, socialismo a 90 millas del imperio norteamericano y enfrentando un criminal bloqueo del imperio y solo puede sostenerse con el apoyo de la gente, del pueblo cubano, sino ya hubiera sucumbido. Y por eso Cuba nos da una enseñanza, la de la lucha y nos da una esperanza, la de la victoria ante los poderosos. El apoyo del pueblo cubano a su revolución es una experiencia de fe. Nos muestra que Jesús es el Señor de la historia y no los emperadores, antiguos o modernos.
Pero la esencia del cristianismo así como del marxismo es la lucha de los pueblos por su liberación, es el esfuerzo de los pobres o del proletariado para construir el reino de Dios o el socialismo en esta tierra, en este planeta amenazado por los imperios. Y para eso necesitamos fortalecer los partidos revolucionarios y las comunidades de fe. Y para eso necesitamos la oración y la lucha. Y estamos seguros que el actual imperio también caerá. Atrás han quedado los faraones, los mandarines, los caciques, los reyes, los papas, los emperadores. Estamos seguros que Jesús es el señor de la historia. Amén.
* 18 de noviembre de 2003
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