Reflexión sobre Juan 20:19-31
Los Evangelios fueron escritos en un ambiente de represión y persecución política contra el Movimiento Popular de Jesús de Nazaret. Los imperios a lo largo de la historia de la humanidad siempre han utilizado la represión de sus opositores para asegurar su poder. La Palestina de Jesús no fue la excepción. El imperio romano fue un imperio cruel y sanguinario.
En Palestina, el imperio romano a la vez que permitió la presencia de un gobernante títere, de nombre Saca, perdón, Herodes, garantizaba con sus legiones de soldados y sus ejecuciones, la estabilidad política y su dominación. La cruz de madera era el castigo que aguardaba a aquellos que osaban rebelarse contra la voluntad del Cesar y sus sirvientes locales.
Y aún así no lograron los norteamericanos, perdón, los romanos, doblegar el Espíritu de resistencia del pueblo judío. La lucha por la justicia y la independencia siempre termina rompiendo las cadenas del temor. La luz de la esperanza siempre logra filtrarse por los barrotes de las cárceles. Los sueños al final transforman las realidades. Los oprimidos escucharon y comprendieron que su liberación estaba cerca. Aquí radica el corazón del mensaje de Jesús de Nazaret.
Como nos enseñaron los mismo romanos, guta cava lapida. La gota rompe la piedra. La gota de los humildes, cada marcha, cada manifiesto, cada puño alzado, cada charla, cada reunión, termina por romper la piedra de la dominación de los poderosos. En esto consiste la historia de la salvación, perdón, de la revolución.
La represión del imperio romano y la resistencia del pueblo judío, fueron las experiencias fundantes del compromiso político de las primeras comunidades cristianas, que proclamaron con fuerza, que por encima del Cesar romano se encontraba el Señor Jesús, el rebelde crucificado que resucitó al tercer día y subió a los cielos. El rebelde de rebeldes. El subversivo de subversivos. El agitador de agitadores. El rey de reyes. El Mesías esperado. El organizador y maestro popular.
La resistencia popular contra el imperio de estas primeras comunidades, se sostuvo y creció sobre la base de la fe en Jesús como Señor y Liberador. A partir de esta convicción de fe se construyó la esperanza en un mundo nuevo, con valores nacidos en la lucha, con una espiritualidad de la resistencia, a esto se le llamó el reino de Dios, una sociedad superior a la sociedad esclavista, clasista, racista, sexista, egoísta, del imperio romano. Esta ruptura con la ideología dominante no fue un proceso sencillo, lineal, fueron momentos muy difíciles.
Este texto nos permite asomarnos a esos momentos iniciales. Acompañamos a estas primeras comunidades en sus temores y desafíos. Es una lectura que se comprende con mayor facilidad desde la experiencia de la represión del imperio, desde el horizonte de la resistencia popular, desde el compromiso político con la revolución, desde la perspectiva de una iglesia necesaria.
Nos informa Juan:“la tarde de ese mismo día, el primero de la semana, los discípulos estaban a puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús se hizo presente allí, de pie en medio de ellos”El entorno es de represión. Acaban de crucificar a Jesús. Los discípulos estan escondidos. Estan encerrados. Estan atemorizados. Guardan silencio. Estan derrotados. Cuando el enemigo nos impone el silencio es que hemos sido derrotados. La palabra es la señal de que estamos resistiendo. Los discípulos habían sido silenciados, habían cerrado sus corazones a la esperanza.
Me acuerdo la primera vez que me enfrente a la muerte por represión. Fue en abril de 1974. Llegue a un local sindical donde nos reuníamos, la FUSS, llamada también 6-30, sobre la Avenida Cuscatlan. Los observe nerviosos. Algunos lloraban. Me entere que habían matado a un sindicalista, militante comunista, Jorge Alberto Moran Cornejo, su cadáver lo habían tirado al río Acelhuate. Un par de veces lo salude.
Me dio mucho miedo. Pensé en salir huyendo. Me sentí impotente, derrotado, silenciado, como los discípulos. Al final me quede. Fuimos a ver donde lo habían matado. Hicimos un boletín de denuncia y salimos a repartirlo. Lo velamos y lo enterramos con una grandiosa marcha para un digno martír popular. Luego vinieron muchos más muertos, y también mucha más resistencia.
Me acuerdo tambien que en los momentos más difíciles de la represión, en los setentas, cuando la dictadura militar, bajo Estado de Sitio, bajo Ley Marcial, salíamos por las noches a hacer pintas en las paredes, y superando el miedo, gritábamos con la fuerza de nuestras manos locas: ¡gobierno asesino!
El miedo es natural, ayuda a protegernos. Pero el seguir a Jesús, el compromiso político de seguir a Jesús, pasa en nuestros países ineludiblemente por vencer el miedo y recuperar la dignidad de gritar. El grito por la justicia es una señal divina. La protesta social es historia de salvación.
Regresando al texto. En esta situación de derrota estratégica Jesús se hace presente. Jesús no se ausenta, no se pierde en los cielos. Jesús siempre nos acompaña, en las buenas y en las malas. Estaban los discípulos encerrados y con temor, y Jesús se aparece de pie, en medio de ellos. Jesús llega de pie, con dignidad, con la frente en alto, erguido. Su sola presencia inspira confianza, respeto, seguridad, cariño. Es la experiencia de la comunidad de fe, de la comunidad de vida, de la comunidad de lucha. No estaban solos.
Nosotros como iglesia hemos vivido esta experiencia de la presencia de Jesús muchas veces, cuando se acompaña a las luchas populares la presencia de Jesús es muy intensa, cotidiana. Jesús nos da la fuerza y nos indica el camino. Jesús les dice a sus militantes: la paz este con ustedes. Es un saludo subversivo. Los tenían acorralados, los buscaban para matarlos, estaban derrotados y Jesús les dice: la paz este con ustedes. Jesús es nuestra paz. Y luego los envía a la misión. Los envía a la revolución. Los envía a construir iglesia, a organizar, a educar, a movilizarse contra el imperio.
En febrero del 2001, una tarde con mi amigo Ricardo veníamos de una reunión, cuando escuchamos gritos cerca de la 49 avenida, decidimos ir a ver que pasaba, era una marcha de familias campesinas, muy pobres, que venían a pedir comida al COEN, y la PNC no los dejaba pasar, y ante sus insistencia, los antimotines empezaron a reprimir, vimos como le disparaban a una anciana. Y llegamos y exigimos respeto a sus derechos.
Los antimotines nos apuntaban con sus fusiles y la gente nos miraba sorprendida. Nuestra presencia les dio a la gente seguridad y empezaron a gritar con más fuerza. Teníamos miedo, estabamos orando y sentimos la presencia del Espíritu de Jesús dándonos fuerza, hicimos la denuncia. Fuimos iglesia, discípulos de Jesús, militantes del reino. Nunca lo olvidaremos. Vimos la gloria de nuestro Señor en los rostros curtidos y dignos de esas familias campesinas.
La lucha por la justicia, por los derechos humanos, por la dignidad de nuestros pueblos es la expresión de la voluntad divina de que “tengamos vida y la tengamos en abundancia.” Jesús nos abre las puertas del compromiso político con la paz y la justicia. Jesús nos abre las puertas de su reino. Amén.
Rev. Roberto Pineda, Iglesia Luterana Popular de El Salvador
San Salvador, 9 de abril de 2005
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