domingo, 30 de diciembre de 2007

Salam, pueblo de Afganistán 17-octubre-01

Salam, pueblo de Afganistán

"Dios mío, ¡ven a librarme!Señor, ¡ven pronto en mi ayuda!
SALMO 70:1

El pueblo de Afganistán es nuestro pueblo hermano.

El pueblo de Afganistán es nuestro pueblo hermano. Es un pueblo pobre como el nuestro, la mayoría de las personas sobreviven sin un empleo fijo, sin hospitales, sin escuelas, viviendo en la miseria. Es un pueblo oprimido, privado de sus derechos fundamentales por una minoría derechista, llamada talibanes, que lo oprime y lo explota.

Nos une una misma historia de resistencia.

Al pueblo salvadoreño y al pueblo afgano los une una misma historia de colonialismo y de resistencia. Mientras nosotros fuimos invadidos y ocupados militarmente por el Imperio Español, los afganos fueron invadidos y militarmente ocupados por el Imperio Británico.

Pero tanto el pueblo de El Salvador como el pueblo de Afganistán resistieron heroicamente a los invasores europeos y lucharon por conquistar su libertad e independencia. Nos une por lo tanto, un mismo espíritu de rebeldía y de resistencia, que es el espíritu de Dios.

Somos hijos e hijas de un mismo padre, Abraham

En el plano de la fe, cristianos y musulmanes somos hijos e hijas de un mismo padre, Abraham, esposo de Sara y de Agar, padre tanto de Isaac como de Ismael. Abraham fue patriarca de dos grandes comunidades de fe que recorren el mundo y la historia. Somos parte de una misma familia que venera a un sólo Dios. Adoramos a un mismo Dios creador del cielo y de la tierra, de lo visible y lo invisible. Todopoderoso y Eterno.

Hermanos y hermanas:

Como cristianos, como Iglesia, como seguidores de Jesús de Nazaret, nos corresponde reconocer con humildad, que tenemos una deuda histórica de xenofobia contra nuestros hermanos musulmanes. Hay una historia de odio y de agresión, en la cual fuimos protagonistas y cuya máxima expresión fueron las fatídicas Cruzadas. Esto lo planteamos como cristianos evangélicos latinoamericanos, herederos también de una historia de racismo y de imposición desde los poderes coloniales europeos, reflejada en la invasión a nuestro continente en 1492.

El pueblo de Afganistán es un pueblo que sufre. Han pasado ya dos semanas desde que inicio la campaña militar norteamericana y británica, con sus bombardeos. Nos imaginamos, porque lo hemos vivido, la angustia en que viven nuestros hermanos y hermanas enfrentándose a la muerte, niños y niñas, ancianos y ancianas, hombres y mujeres, nos imaginamos el dolor, la destrucción, la muerte de seres queridos.

Pero también estamos seguros que debe existir mucha oración, que debe existir mucha fe, que debe existir mucha esperanza, que debe existir mucha confianza, bajo los bombardeos, que Dios va a librarlos del peligro, que Dios protegerá y vendrá en ayuda de un pueblo que sufre, de un pueblo que tiene derecho a vivir en paz , y en libertad, y con independencia.

Como Iglesia seguidora de Jesús de Nazaret no podemos respaldar esta guerra. Nos pronunciamos por la paz. No podemos apoyar la venganza y el odio, nos identificamos con la justicia y el derecho. No podemos aplaudir los bombardeos y el racismo, nos manifestamos a favor de la amistad y la solidaridad con nuestro pueblo hermano de Afganistán y con nuestros hermanos y hermanas del Islam en todo el mundo. Asimismo, nos pronunciamos porque los responsables de los atentado del 11 de septiembre en Nueva York, Washington y Pennsylvania sean juzgados y castigados de acuerdo al derecho internacional.

La vida, la persecución, la muerte en cruz, y la resurrección de Jesús de Nazaret nos enseña que los poderosos de este mundo no prevalecerán. Toda la tecnología militar, todo el poderío económico, toda la presión diplomática, no podrán derrotar la dignidad de un pueblo. No podemos permitir que todo este despliegue de violencia institucionalizada se utilice para la destrucción de un pueblo. Debemos de comprometernos con la oración y la movilización internacional para detener los cañones de los aviones y los cañones de las mentes guerreristas.

Hermanos y hermanas:

La actual situación internacional, con todos sus peligros y desafíos, nos exige a cada iglesia cristiana reflexionar y tomar una posición. No podemos ser como el levita y el sacerdote de la parábola del Buen Samaritano. Hay un pueblo que sufre y necesita nuestra ayuda, nuestra solidaridad. Ubicamos cuatro desafíos para nuestras comunidades de fe.

En primer lugar, con humildad y mucho respeto, debemos de abrir nuestras mentes y corazones al Islam. Una relación solo se construye con base en el conocimiento mutuo. Necesitamos como cristianos conocer el Islam, conocer el Corán, como condición para poder dialogar. Los poderosos pretenden dividirnos y se inventan fábulas como las del sr. Huntington sobre el choque de civilizaciones. Ya antes habían hablado del fin de la historia con Fukuyama.

Por el contrario, a cristianos y musulmanes, así como a budistas y judíos, a hindúes y sikhs nos corresponde enfrentar la globalización neoliberal que golpea a toda la humanidad, y orar, soñar y trabajar juntos para que otro mundo sea posible, un mundo nuevo, basado en la solidaridad y la tolerancia, en la diversidad cultural y la defensa de la creación de Dios.

En segundo lugar, debemos orar y marchar en solidaridad con el pueblo de Afganistán que sufre, con el pueblo que llora, con el pueblo que sueña, con el pueblo que lucha, con el pueblo que sobrevivirá a los bombardeos y construirá la paz. Hay que trabajar para parar la guerra, hay que exigir que sean las Naciones Unidas las que asuman la conducción y resolución de esta crisis internacional.

En tercer lugar, debemos diferenciar entre la conducta del gobierno norteamericano, que persigue intereses militares, políticos y económicos y la conducta del pueblo norteamericano, un pueblo democrático, solidario, y que también sufre, también llora a sus muertos, y vive la angustia, el antrax de la guerra. Un pueblo con el que nos unen múltiples vínculos de amistad y una historia probada de solidaridad. En los momentos más difíciles de la guerra que vivimos en los ochenta, siempre contamos con la presencia solidaria de las iglesias y pueblo norteamericano.

Y también en nuestro país, debemos denunciar cualquier tipo de demagogia antimusulmana que desde la derecha política y religiosa pretende obtener ganancias de este conflicto. Debemos cerrarles el paso a las campañas racistas que se impulsan desde algunos medios de comunicación. Debemos también condenar los intentos de prestar "ayuda humanitaria" hechos por altos funcionarios de las Fuerzas Armadas. O sea que la pelea por la paz en Afganistán hay que ganarla primeramente en nuestro suelo.

Estos son nuestros desafíos como cristianos evangélicos salvadoreños. Confiamos que el espíritu de solidaridad que es el espíritu de Dios nos de la fuerza y la sabiduría para cumplir con nuestra responsabilidad como seguidores de Jesús de Nazaret. Amén.*

Reflexión hecha por Rev. Roberto Pineda, pastor luterano, en Vigilia por la Paz en el Mundo realizada el pasado 17 de octubre en la Iglesia Luterana La Resurrección, en San Salvador, El Salvador Roberto Pineda rpineda@saltel.net

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