sábado, 5 de enero de 2008

El 32: una herida que no cierra... 22-enero-02

"Como no les dieron armas, a la lucha se lanzaron, la mitad medio desnudos, la mitad medio descalzos."

César Vallejo

Hace 70 años, el 22 de enero de 1932, miles de campesinos, indígenas y obreros se levantaron en armas y avanzaron tomando poblaciones en el occidente de nuestro país, en Tacuba, Ahuachapan, Izalco, Nahuizalco, Colón, Sonzacate, Juayúa, para instaurar un nuevo sistema social y político, basado en la justicia y la solidaridad.

La insurrección indígena logró marchar y apoderarse de diversos pueblos en los departamentos de Ahuachapán, Sonsonate y La Libertad. Luchaban por recuperar la tierra que les había sido arrebatada, por conquistar el derecho al pan sobre las mesas y por rescatar su dignidad como comunidades libres.

El sonido del caracol y los gritos de guerra en nahuat fueron de nuevo escuchados en las montañas y los valles. La rebeldía indígena levantaba cabeza en Cuscatlán y los poderosos huían aterrorizados por la furia desencadenada del pueblo.

La respuesta de los poderosos y sus sirvientes fue disparar las ametralladoras contra niños y mujeres indefensos, sembrar nuestra Patria de 30,000 cadáveres y establecer una larga noche de dictadura militar que se prolongó por cincuenta años. Pero no lograron destruir la memoria subversiva...

La memoria subversiva del 32 no pudo ser aniquilada. Las voces de la justicia no pudieron ser silenciadas. Y los fantasmas de Feliciano Ama y de Francisco Sánchez se aparecieron a las nuevas generaciones de luchadores sociales y les trasmitieron el espíritu de lucha, la mística del sacrificio y la visión de la victoria de nuestros abuelos y abuelas indígenas.

El 32 definió el rostro de nuestra historia, de nuestra sociedad y de nuestra cultura. Sobre las cenizas de los cadáveres calcinados se construyó un régimen represivo y autoritario, que premiaba el servilismo y castigaba a los desobedientes. Nuestra Patria se convirtió en una inmensa cárcel, donde estaba prohibida la alegría y la esperanza y se castigaba lo diferente y lo novedoso. Se construyeron cuarteles en lugar de escuelas y hospitales.

Los sectores dominantes de la época, los dueños del café y de los cuarteles, en su desesperación para evitar nuevas insurrecciones en el futuro, para borrar la pesadilla del 32 de sus mentes angustiadas, impulsaron el anticomunismo y el antindigenismo, como herramientas de dominación ideológica.

Acusaron a los comunistas y a los indígenas como responsables del ataque a la propiedad privada. Los comunistas fueron ilegalizados y condenados al clandestinaje mientras que los indígenas sufrieron el genocidio cultural, se les obligó a despojarse de su lengua, de su vestimenta, de sus costumbres y tradiciones. Pero no pudieron destruir el espíritu de Ama y de Sánchez.

Para los dueños de este país el 32 representa históricamente la victoria de los cafetaleros y la derrota de los subversivos. Es por esto que lo celebran en Izalco todos los años. Los vencidos fueron ahorcados y fusilados. Un siglo antes lo mismo le había ocurrido al cacique indígena Anastasio Aquino. En El Salvador, la rebeldía y el compromiso con el pueblo, cuando es verdadero, se paga con la muerte. No hay escapatoria, ni la hubo ayer ni la habrá mañana.

Los mártires y héroes del 32 viven en la memoria del pueblo. El ejemplo de sus vidas y de su muerte fue bandera en los corazones de miles de jóvenes que en las décadas siguientes levantaron sus frentes en resistencia contra la dictadura militar.

Y sigue siendo luz que ilumina los esfuerzos de los que seguimos luchando para que haya tierra, pan y dignidad en esta tierra de temblores y huracanes. La Ceiba donde fue ahorcado Ama en Izalco y el muro donde fueron fusilados Martí, Luna y Zapata nos siguen convocando a la resistencia...

En aquella época, la Iglesia se colocó al lado de los opresores. Junto con los militares y los finqueros cafetaleros. Se utilizó al Dios de los humildes y de la liberación para legitimar el genocidio indígena. La cruz de nuevo, como en la época de la Conquista, fue usada para defender a los ídolos de la riqueza y del poder, así como para adormecer las conciencias de los oprimidos.

Fue hasta mediados de los años setenta que se logró derrotar el miedo de las conciencias, y los campesinos de nuevo marcharon por las calles de San Salvador exigiendo la tortilla y el jornal justo, con sus sebaderas llenas de firmeza y esperanza, y con el sombrero azul de la organización. La guerra estaba a las puertas... La semilla de la rebeldía había dado frutos. Los oprimidos recuperaban la iniciativa... Ama sonreía.

A 70 años del levantamiento, hay sectores dominantes que no abandonan la idea de reconstruir su sistema de dominación con base al terror y la represión. No obstante que hubo una guerra de doce años y que posteriormente se ha tratado de articular un nuevo modelo político, existen sectores autoritarios que sueñan con repetir la matanza y asegurarse así un nuevo período de dominación. Las manos de estos sectores necesitan ser atadas por el movimiento popular, que aunque es débil y disperso, sigue con vida.

La memoria de los fusilados continúa alimentando el imaginario democrático de las actuales generaciones de revolucionarios. El 32 es una herida que no cierra... Es una herida y a la vez un horizonte que nos sigue animando a la lucha y a la victoria.

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Msc. Roberto Pineda
rpineda@saltel.net
Docente de Maestría en Derechos Humanos y Educación para la Paz de Universidad de El Salvador.

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