Reflexión sobre Juan 20: 19-22
Jesús de Nazaret, el crucificado que resucitó, el rebelde que fue glorificado, continúo pensando en la situación del Movimiento Popular que había fundado, le preocupaba que después de su asesinato, como había sucedido tantas veces en la historia de las causas populares, los militantes se dispersaran y todo se convirtiera en un recuerdo glorioso, pero irrelevante.
Las apariciones a sus colaboradores más cercanos, a la dirección del Movimiento, están precisamente vinculadas a garantizar la continuidad del proyecto político de Jesús, a asegurarse que no fueran derrotados moralmente, a reiterar la promesa de cielos nuevos y tierra nueva, a proclamar el derecho de los pueblos al Espíritu Santo.
En este texto, Juan nos comparte el relato de uno de estos encuentros, de estas reuniones de trabajo, entre Jesús el resucitado y sus cuadros de dirección. Es un momento de sorpresa, de alegría y de esperanza.
Es evidente que los seguidores de Jesús viven en la clandestinidad, han abandonado su vida pública y se han sumergido en el anonimato, para de esta forma evitar ser capturados y salvar al Movimiento de su destrucción por parte de las autoridades romanas y judías. Experimentaban el temor y la persecución.
Jesús decide hacerse presente entre ellos, y los busca y los encuentra, él conocía los lugares de las reuniones secretas, sabía como moverse en Jerusalén sin ser detectado por la inteligencia romana, conocía el oficio de la clandestinidad.
Jesús sorprende a los discípulos con el saludo del Movimiento: Shalom! La Paz sea con ustedes! Ellos dudan en responder, están confundidos, la impresión de verlo es muy fuerte. La voz de Jesús los tranquiliza, les infunde confianza, les hace recuperar la esperanza.
Jesús resucitado les comparte a sus militantes los detalles de su captura, de sus interrogatorios, de las torturas, de las actitudes de sus captores, los golpes recibidos, la angustia ante la muerte y también sus dudas, sus momentos de debilidad, su resistencia, y finalmente les indica con orgullo genuino, que no pudieron derrotarlo.
En los rostros de sus seguidores se dibujo la preocupación al escucharlo, y también el orgullo de tenerlo como líder, la alegría de formar parte del equipo de Jesús. En sus corazones creció la esperanza y el entusiasmo, Jesús había derrotado a la muerte y regresaba victorioso.
¡Hay que continuar la lucha!
Jesús les reitera el mensaje: hay que continuar la lucha. Y les explica que hay que vencer el temor, reiniciar las actividades, relanzar el Movimiento, buscar nuevos simpatizantes, locales abiertos, casas de seguridad, recursos financieros, establecer alianzas. Hacen un ejercicio FODA, evalúan fortalezas, subrayan debilidades, así como oportunidades y amenazas.
Jesús sopló sobre ellos, les dio animo; los entusiasmó, los comprometió, les devolvió la perspectiva de la victoria, había que trabajar fuerte pero al final se lograría el triunfo de la causa evangélica.
Reciban el Espíritu Santo, reciban el desafío de luchar con la certeza que el mismo Jesús acompaña nuestras luchas , que nunca nos abandona, que siempre contamos con su sonrisa de amigo y con su mano de apoyo, en los momentos difíciles y en los momentos de fiesta y de alegría.
Finalmente les aconseja: reclamen el derecho al Espíritu Santo. Acepten a los que se incorporan a la lucha y comprendan a los que aún tienen miedo, perdónenles sus pecados y denuncien a los opresores, a los que practican la injusticia, a estos no les perdonen sus pecados. Dios es un Dios justo, no se merecen que les perdonen sus pecados, si antes no se arrepienten y cambian de vida. El perdón exige el arrepentimiento y la voluntad de transformar sus vidas dedicadas a la opresión y la explotación. Mientras no se arrepientan no puede haber comunión con ellos.
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