sábado, 5 de enero de 2008

La actualidad de la vida y mensaje de Monseñor Romero 20-marzo-02

"Porque el que no tiene ojos para soñar
no ve los sueños, ni de día ni de noche..."
Gioconda Belli


Monseñor Romero tuvo ojos para soñar y sus sueños continúan iluminando el futuro de la sociedad salvadoreña. Esta actividad es una prueba de ello. Deseo agradecer a ASTAC por esta invitación para hablar sobre la vida y el mensaje de Monseñor Romero.

La figura de Monseñor Romero es una figura que crece con el tiempo. En cada aniversario hay más actividades, más estudios, mas pronunciamientos, mas posters, más celebraciones de su vida y su mensaje. Monseñor Romero es nuestro salvadoreño más universal, precisamente porque reflejó en su vida y mensaje lo más puro, lo más cristalino, lo más auténtico de nuestro ser, de nuestra salvadoreñidad.

En Monseñor Romero se juntaron estrechamente en un solo cauce la vida y el mensaje, la cruz y la poesía, la fe y la palabra, el testimonio y el compromiso, la denuncia y el martirio.

Deseo en esta ocasión ahondar sobre cuatro facetas de su vida y de su mensaje, aspectos que me parecen fundamentales para entender el impacto de su personalidad en el comportamiento de la sociedad e iglesia salvadoreña. Estas cuatro facetas son: su conversión, su fe, su concepto de dignidad y su compromiso con la justicia.

Monseñor Romero y la conversión

Monseñor Romero fue un convertido. Una persona que supo abrirse al cambio, que supo transformar su forma de ver las cosas, a una edad avanzada, él cambió, se transformó, se convirtió en tres aspectos básicos: en los social, en lo político y en lo teológico.

En lo social, Monseñor Romero, en tres años de ministerio pastoral, colocó a la iglesia al lado de los pobres. Y esto lo obligó a cambiar de amistades, no porque el quisiera, sino porque no lo comprendieron y lo denunciaron, y lo criticaron, lo acusaron de ser comunista. El abrió las puertas de la iglesia a los sindicatos, a las cooperativas, a los estudiantes universitarios, al movimiento popular. Los terratenientes, los generales, los grandes banqueros, la embajada, se asustaron por esto y con mucha razón.

En lo político, Monseñor Romero rompió con toda una tradición de la iglesia de apoyar a la dictadura militar, rompió la alianza entre cuartel e iglesia, y se dedicó a denunciar la injusticia social, a la que él llamó, en la onda de Medellín, el pecado estructural. Se convirtió en la voz de los sin voz y miles de salvadoreños y salvadoreñas escuchaban los domingos como la verdad se derramaba desde la catedral y llegaba hasta el último cantón y la última barriada popular. Se volvió un referente por la democracia.

En lo teológico, en nuestro entendimiento sobre el misterio de Dios, Monseñor Romero nos enseñó, en la más genuina tradición evangélica, que Jesucristo se revela en los más pequeños, en los que sufren, en los necesitados. Y hacia ellos orientó su accionar pastoral, de manera decidida. Y en una situación como la de nuestro país hace veinte y dos años le correspondió ir recogiendo muertos, incluso de sacerdotes. La represión era muy fuerte en aquella época porque se trataba de detener el vendaval de la revolución.

Monseñor Romero y la fe

Monseñor Romero fue una persona de una profunda fe en Dios. En nuestro Dios trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Creyó firmemente en el Dios Padre, el Dios del Antiguo Testamento, en Yahvé, el creador de los cielos y la tierra, un Dios que escucha y que actúa, Yahvé escuchó los clamores del pueblo de Israel prisionero en Egipto y lo liberó con mano fuerte de la opresión del faraón, así dice la Escritura. Monseñor Romero creyó en este Dios liberador, nuestro único Padre.

Monseñor Romero creyó en el Hijo, en nuestro Señor Jesucristo, que nació de la virgen María, que fue crucificado, muerto y sepultado, pero al tercer día resucitó de entre los muertos, que durante su vida curó a los enfermos, consoló a los que sufren, denunció a los poderosos y nos anunció el reino de Dios. Creyó en el Jesús de Nazaret, rebelde, subversivo, militante y comprometido.

Monseñor Romero creyó con una confianza infinita en el Espíritu Santo. En esa fuerza divina que nos impulsa a luchar por la justicia y que es la herencia que nos dejó Jesús, hasta que regrese de nuevo a juzgar a los vivos y a los muertos. Fue el Espíritu Santo el que le infundió a Monseñor Romero la fuerza, la energía, la inteligencia, el coraje para trabajar y luchar en condiciones muy difíciles, de mucha represión y de mucho temor.

Monseñor Romero y la dignidad

Monseñor Romero fue una persona humilde, alegre y muy digna. Muy humilde, nunca permitió que el puesto de arzobispo se le subiera a la cabeza. Fue por eso que rechazó vivir en el palacio arzobispal y se fue a vivir al Hospitalito de enfermos de cáncer. Y es que se identificó mucho con la gente, quería a la gente y la gente se lo agradeció, lo aceptó y también lo quiso mucho.

Asimismo fue una persona de una gran alegría. Se deleitaba con las fiestas patronales, que le permitían visitar a los pueblos y compartir con la gente que lo invitaba a comer y a charlas y a reír. Porque así como compartía las tristezas, también compartía las alegrías.

Monseñor Romero fue una persona muy digna. Con un alto sentido de la dignidad. Y esto lo llevó a enfrentarse con los poderes establecidos de este país. O sea con la oligarquía, con los militares, con la siempre presente Embajada e incluso con sus compañeros, con la misma cúpula eclesial. A cada uno de estos sectores le dirigió su palabra evangélica y profética.

Ala oligarquía le recomendó que compartiera la riqueza, que entregara los anillos de oro al pueblo antes que este en su desesperación, les cortara los dedos. Que la riqueza suntuaria era un escándalo ante los ojos de Dios.

Al gobierno de los Estados Unidos también le habló, le escribió al presidente de ese entonces, a Jimmy Carter, expresándole que si realmente creía en los derechos humanos debería d suspender la ayuda militar al gobierno salvadoreño.

Y uno de sus pensamientos más valientes, más evangélicos, es cuando hace un llamado a las bases del ejército y a los cuerpos de seguridad a que antes de obedecer una ley de los hombres que les ordene matar deben obedecer la ley de Dios, que dice: no matar! Y con la fuerza del Espíritu Santo les dice: "les pido, les ruego, les ordeno, en nombre de Dios: cese la represión!"

Un verdadero profeta, su voz sigue y seguirá resonando en esta patria pobre, sufrida, golpeada, pero digna y luchadora. Y su sonrisa nos sigue convocando a la fiesta, al encuentro alegre de hombres y mujeres libres.

Monseñor Romero, un enamorado de la justicia

Monseñor Romero fue un enamorado de la justicia, porque amaba a su pueblo sufrido, perseguido, reprimido. Esto lo llevó a denunciar el pecado estructural, a convertirse en voz de los sin voz, palabra evangélica viva y poderosa, que consolaba a los sufridos y denunciaba a los culpables de tanto dolor y tanta muerte. Por eso defendió los derechos humanos, a los campesinos, a los obreros, a las señoras de los mercados, a los estudiantes universitarios. Dialogó con las organizaciones populares, en aquel entonces con la Coordinadora Revolucionaria de Masas,CRM, habló con Juan Chacón y con Manuel Franco. Alabó y promovió la organización popular y también criticó sus debilidades, sus excesos, con voz de amigo, de pastor, de compañero.

Su voz, su palabra, su vida, su mensaje, continúa orientando nuestro caminar, hoy en una situación mucho más compleja y a veces confusa, sin una fuerza dirigente que marque el rumbo, y con altos niveles de dispersión orgánica e ideológica. Antes la dictadura militar nos aglutinaba a luchar a todos y a todas. Hoy es más difícil. Esto vuelve a la palabra de Monseñor Romero más vigente y más urgente.

Nos indica la necesidad de seguir caminando, junto a los que sufren, con su Espíritu combativo que es el Espíritu de Dios. Monseñor Romero esta presente en las nuevas batallas por el pan, la libertad, la alegría y la dignidad. Somos dueños de la esperanza. Somos herederos y herederas de Monseñor Romero. Nos enorgullecemos de ser del pueblo de Monseñor Romero.

Y seguimos siendo un pueblo de mucha conversión, de mucha fe, de mucha dignidad y de mucho compromiso. Es por eso que vamos a estar aquí en ASTAC la noche del 23 en la Vigilia por la Dignidad y la Paz. Y es por eso también que vamos a marchar el próximo 24 de marzo como Foro de la Sociedad Civil, vamos a marchar aunque venga Bush, aunque haya amenazas de represión, allí estaremos y el espíritu de Monseñor Romero estará con nosotros y nosotras. Gracias.

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Rev. Roberto Pineda
Ponencia realizada el 20 de marzo de 2002
en el Centro Cultural la Mazorca de ASTAC

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