Mateo 13: 24-30, 36-43
Durante el desarrollo de su ministerio liberador, Jesús de Nazaret se convenció que su mensaje revolucionario iba a despertar entre los sectores poderosos una fuerte resistencia, ya que criticaba duramente los privilegios de que disfrutaban, además ellos estaban acostumbrados a doblegar por la fuerza o la persuasión a cualquier tipo de oposición, fuera política o religiosa.
El Movimiento de Jesús analizó que no sólo se trataba de cambiar las estructuras político-religiosas y las relaciones de dominación, porque esto al final no era suficiente sino iba acompañado de un profundo proceso de cambio en los corazones y las mentes de la población, de una transformación interna que permitiera nuevas relaciones de vida en comunidad.
Mientras este cambio no se lograra, el mero reemplazo de estructuras de dominación no era suficiente, porque la fuerza de la costumbre, del egoísmo, la ambición de poder, la envidia, la prepotencia se encargarían de ahogar, de aplastar la esencia del cambio revolucionario, que consiste en relaciones más humanas.
En el fondo se situaba el problema de la complejidad de la naturaleza humana, que era capaz de los hechos más heroicos así como de los más repugnantes; que se debate entre la entrega desinteresada a una causa y el frío cálculo de ganancias; entre la fidelidad más profunda y la más artera traición; entre la identificación con ángeles o con demonios.
Los poderosos conocen y se aprovechan de esta situación y la racionalizan afirmando que el mundo siempre será lo mismo. Así ha sido y así será. Y por medio de esta reflexión pretenden negar la legitimidad del cambio revolucionario, de las utopías, de los sueños del crucificado que fue resucitado, de la dignidad de los oprimidos, del derecho a ser diferentes.
En este texto, Jesús de Nazaret aborda este problema y lo explica a partir de una parábola, en la que utiliza los conceptos de trigo y de mala hierba para referirse a dos actitudes en nuestras vidas, a dos proyectos en nuestras sociedades, así como a dos formas de ser iglesia. Desde la ética estaríamos hablando del problema del bien y del mal.
Jesús de Nazaret compara el reino de Dios con un hombre que sembró buena semilla en su campo, pero cuando todos estaban durmiendo, llegó un enemigo que sembró mala hierba en el trigo y se fue. Cuando el trigo creció y se formó la espiga, apareció también la mala hierba.
Jesús advierte que el reino de Dios necesita para consolidarse de la vigilancia permanente, porque al dormirse, al relajarse, al descuidarse, existe el peligro de ser sorprendidos por el enemigo, que no descansa y se encuentra siempre esperando la mínima oportunidad para golpear, destruir y luego huir. Si el enemigo logra penetrar, luego es difícil expulsarlo.
¿De dónde ha salido la mala hierba?
El mal, la mala hierba, es un misterio que refleja la acción del enemigo del Reino. Se encuentra siempre presente, de manera oculta o evidente. Mantiene una actitud agresiva frente a los valores del Reino. Logra encarnarse en personas, instituciones y procesos que reflejan la cosmovisión de los poderosos a lo largo de la historia. Por su parte, el reino de Dios representa el proyecto y los intereses de los humildes, los débiles, los excluidos.
Le preguntan a Jesús los trabajadores si es posible arrancar la mala hierba por medio de la violencia y el responde negativamente; porque está claro que a la mala hierba sólo se le puede arrancar por medio del convencimiento, de internalizar los valores del Reino y no por medio de ordenes, decretos o de mecanismos de coerción.
Jesús recomienda que se deje crecer la mala hierba junto con el trigo hasta que llegue la hora de la cosecha, la hora de las definiciones, porque existe el peligro de ser injustos y confundir la mala hierba con el trigo. Al final, el trigo se guarda en el granero y la mala hierba se echa al fuego para quemarla.
Aquellos que cumplen lo que Dios exige, brillaran como el sol
Jesús no asume una posición neutral en esta lucha. Se identifica con los que trabajan por la construcción del reino de su Padre. Les dice que ellos y ellas brillaran como el sol. En nuestras vidas, en nuestros trabajos, en nuestras iglesias, nos corresponde brillar como el sol. Amén.
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