Mateo 21: 23-32
Jesús de Nazaret enseñó en el templo. Llevó su mensaje del reino de Dios al centro de la vida política y religiosa del pueblo judío. No se comprometió con el templo, pero tampoco se aíslo de este. Visitó el templo para difundir su mensaje de liberación, la buena nueva de la salvación y de la lucha.
Hubo un momento al final de su ministerio que se vio forzado a abandonar el templo, cuando las olas represivas habían crecido y amenazaban con hundir el barco del Movimiento Popular. Posteriormente, las primeras comunidades cristianas vivirían una experiencia similar a la de Jesús, de la cual da una bello testimonio el evangelio de Juan.
Al interior del templo, Jesús desarrolló una intensa polémica contra las posiciones políticas de los saduceos y fariseos. Los primeros se habían entregado al invasor romano a cambio de conservar sus riquezas y la conducción del templo, mientras que los segundos confundían y desanimaban al pueblo con sus mensajes escapistas y actitudes elitistas, promoviendo la pasividad y el conformismo con los opresores.
Uno de los temas de este debate con los fariseos-saduceos estaba vinculado a la fuente de la autoridad de Jesús. Para los saduceos la autoridad era concedida por el vínculo de clase, y bendecida por el imperio, por su parte los fariseos entendían que provenía de la tradición mosaica. Ambas visiones rechazaban naturalmente a Jesús y lo colocaban como un farsante. Jesús ubica y deriva su autoridad del compromiso con su Padre de luchar por la construcción del reino de Dios.
Los saduceos y fariseos cuestionaban la legitimidad de Jesús, su autenticidad, su autoridad para enseñar. Ayer como hoy, el conocimiento es poder y ellos temían a la autoridad de Jesús. La autoridad de Jesús se originaba en su vínculo con los sectores populares, en su programa de cambios revolucionarios, en su voluntad de entregar la vida por la causa y en la fe inquebrantable de la relación con su Padre celestial.
Para Jesús de Nazaret, la autoridad, el poder, la legitimidad se ganan en la lucha, se construyen desde los humildes y excluidos, surge desde la consecuencia en los principios y la acción. Jesús hablaba con autoridad porque dedicaba su vida y esfuerzos a construir un poder emergente, basado en la solidaridad, la paz y la justicia.
Jesús utilizaba las parábolas como instrumento de disputa ideológica. En este texto, en el marco de la discusión, enseña la parábola de los dos hijos: Un hombre tenía dos hijos y les pidió que le ayudaran en su viñedo. Obtuvo dos respuestas diferentes. Ambas respuestas retratan los giros de nuestra voluntad, lo que somos realmente, como personas y como iglesias.
El primer hijo rechaza ayudar a su padre en el viñedo pero luego recapacita, y lo hace. Lo mismo nos sucede. Por lo general rechazamos cualquier asunto que rompa nuestra rutina o del cual no percibamos ningún tipo de beneficio. Pero luego reflexionamos y sentimos la obligación moral de hacerlo. Necesitamos hacerlo y lo hacemos.
Como iglesia vivimos diariamente el dilema de responder al llamado de Jesús o a las conveniencias de ser obediente con el sistema opresor. Muchas iglesias, como este primer hijo, al principio dudan y no quieren asumir responsabilidades, pero luego actúan consecuentes con el evangelio de Jesús. Son las iglesias del viñedo de Jesús. Actúan desde la libertad de la obediencia.
El segundo hijo acepta ayudar a su padre en el viñedo, pero luego decide no hacerlo. También nos sucede. Nos llenamos la boca con frases de compromiso, nos perfeccionamos en la retórica, en el ritualismo religioso, pero somos muy débiles en la acción, en la práctica. Nos comprometemos con Jesús y no le cumplimos.
Como iglesias preferimos darle la espalda, hacernos los sordos, los ciegos y los mudos ante el clamor de los pobres, ante el grito de los excluidos. Nos encerramos entre las cuatro paredes del templo para rezar, mientras nuestro pueblo se muere de hambre y de represión en las calles. Esta es la cruda realidad, aunque nos duela. No nos merecemos llamarnos cristianos.
Al final de este texto, Jesús les revela que tienen mayor solvencia moral para entrar en el reino de Dios los cobradores de impuestos para Roma y las prostitutas, porque creyeron que aquellos que alegando conocerlo, lo niegan y rechazan en la práctica, en la vida cotidiana.
Desde la tormenta...
Continúa la amenaza de guerra contra Irak. Suenan los tambores del racismo y la guerra contra los pueblos pobres del planeta. El imperio seguramente atacará de nuevo. Hay que estar alertas y mantener encendida la lámpara de la solidaridad y la denuncia.
Es la hora de la solidaridad. En Londres hubo recientemente una demostración pacifista inmensa. También se está marchando en Washington y Nueva York, en Los Ángeles y Chicago. Es la hora de alzar nuestras voces de protesta y elevar nuestras oraciones contra la guerra. Amén.
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Rev. Roberto Pineda
robertoarmando@navegante.com.sv
San Salvador, 30 de septiembre de 2002
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